La victoria del sí en el referéndum que se ha celebrado en Turquía el 13 de Septiembre es una victoria resonante y un gran paso en el camino para sentar una base sólida para un estado democrático moderno en armonía y paz con su historia y su identidad islámica, dejando atrás una página dictatorial secural extremista impuesta por el occidente colonial que la ha alejado del mundo árabe e islámico durante casi un siglo.
Es una paso más añadido a los marcados por el anterior primer ministro y líder islámico Najmeddin Erbakan, después de que la exitosa invasión de Occidente demoliera los cimientos del último califato islámico en 1924 y después de la exclusión del Islam del gobierno junto con el desmantelamiento de los elementos de carácter islámico en el país, poniendo a Europa como referencia a seguir.
En todos estos años y siempre y cuando soplaban aires de cambio mediante los elementos democráticos que permitía la constitución turca, la junta militar no dudo ni un momento en volver a practicar lo que se convirtió en una adicción ejerciendo un control sobre la sociedad y el estado mediante golpes de estado e imponiendo constituciones que velaban por su supremacía y la formación de un núcleo duro que manejaba el país desde la discreción.
Muchas de esas intervenciones del ejército pudieron concluir en guerra civil, pero el movimiento islámico tuvo la suficiente madurez como para no promover ninguna acción de venganza o revancha.
Todo lo contrario, después de cada intervención militar, el movimiento islamista en Turquía se reagrupaba y formaba nuevos partidos políticos quizás el partido de Justicia y Desarrollo que preside Erdogan sea el más importante hasta el momento debido al apoyo con el que cuenta entre la población turca. Las claves de su éxito residen en un discurso moderno ampliando las libertades individuales en armonía con las normas europeas para un estado democrático moderno. De esta forma, acalló las voces que le achacaban su discurso islamista y logró poner a los militares y todos los grupos políticos que les apoyan en un rincón oscuro satisfaciendo el deseo popular de elevar al máximo las libertades en la sociedad turca.
Este discurso fue apoyado por un programa económico eficaz elevando el nivel de vida de los ciudadanos, posibilitando una competencia empresarial constructiva y promoviendo los derechos humanos y la democracia. El partido también ha buscado conciliarse con su identidad islámica propia de su entorno e historia y después de muchos años ha vuelto a defender las causas conjuntas con el vecindario árabe y musulmán como es la causa Palestina.
Esta popularidad dentro de Turquía y las reformas llevadas a cabo han otorgado a Turquía una silla en el club G20 atreviéndose incluso a romper la tradición de seguir a Occidente en cualquier aventura al negarse a participar junto a Estados Unidos, Inglaterra y España en la invasión al Irak de Saddam Hussein.
Todas estas políticas no han sentado bien en los sectores laicos de la sociedad atrincherados en una serie de instituciones constitucionales y jurídicas elaboradas por los militares para garantizar su tutela sobre el futuro del país.
Es por ello que los líderes del partido Justicia y Desarrollo los señores Erdogan (primer ministro), Abdallah Gül (Presidente de la república) y Ahmet Davutoglu (ministro de exteriores) han tenido que lidiar con una serie de batallas políticas y constitucionales para romper la tela araña militar tejida sobre la voluntad del pueblo turco. Batallas todas ellas muy agresivas pero que son necesarias para liquidar un estado policial y militar y permitir un gobierno democrático al mismo nivel de las democracias contemporáneas, dónde no haya voz sino la del pueblo.
En un claro ejercicio de hipocresía política, partidos nacionalistas y kurdos han intentado boicotear este último referéndum aún sabiendo que el contenido de las reformas que ha presentado el partido del gobierno defienden la libertad de los partidos (todos los partidos) y eliminan la tutela del ejército sobre instituciones estatales tan importantes como es el tribunal constitucional.
Lo que ha pasado en Turquía es un paso importante a nivel del país y a nivel de la región, puesto que eleva a Turquía a un nivel muy superior y si se sigue con las reformas a través de enmiendas constitucionales conseguirán enterrar por completo la herencia de Ataturk, consolidando las bases para un estado democrático moderno en armonía con su pasado e identidad islámica.
¿Podría ser el modelo turco válido para repetirlo en el mundo árabe? Puede parecer que sí con la existencia en los países árabes de movimientos islámicos moderados muy similares al movimiento islamista gobernante en Turquía, pero las diferencias siguen siendo abismales y casi imposibles de superar.
El obstáculo principal no es la existencia de corrientes islamistas y seculares en los países árabes sino en la propia naturaleza del país árabe que es muy distinto del estado turco que a pesar de las innumerables intervenciones del ejército sigue siendo un país moderno.
Una prueba de ello es que Turquía se basa en instituciones constitucionales y unas elecciones libres sin exclusiones y una alternancia en el gobierno cosa que no pasa en la mayoría de los países árabes.
Esto quiere decir que el mismo estado tiene mecanismos para una reforma democrática moderna desde el interior y eso es precisamente lo que hicieron los islamistas liderados por el partido de Justicia y Desarrollo.
Sus formaciones fueron disueltas más de una vez por los militares, pero volvían al día siguiente a levantar banderas diferentes sobre las mismas sedes. Mientras que el estado árabe guardián de la división árabe y protector del estado sionista y los intereses occidentales es de otra naturaleza, centrado en la persona del gobernante, es un estado que pertenece a la antigüedad pero con una apariencia falsa de modernidad y es por ello que todos los intentos de cualquier tipo de reforma fracasan, dónde la política ha muerto, imponiendo a la oposición a dejar de hablar de reformas para salir a la calle para pedir el cambio en desobediencia civil.
El modelo turco es una vergüenza para todo tipo de extremismo, ya sea en nombre del Islam que ven en la religión una forma del monopolio de la verdad, el asesinato y la exclusión del otro en un grave prejuicio a la tolerancia y la justicia del Islam. Ya sea en nombre de la laicidad, la democracia y la modernidad que utilizan estos términos para ejercer las peores formas de represión contra sus oponentes, manteniendo al mismo tiempo relaciones y alianzas con los enemigos de la nación como es el movimiento sionista.
El éxito del modelo turco representa un desafío y una amenaza para todo tipo de extremismo ya sea en nombre del Islam o en nombre del laicismo y la modernidad.
Finalmente, el resultado del referéndum turco es el regalo más preciado a la nación islámica que alivia un poco el dolor por las heridas sangrantes en Palestina, Irak, Afganistán, etc. infringidas por aquellos que proclaman el Islam y la laicidad en sus caras más extremas.
Rashid Ganuchi: Pensador y opositor tunecino.
Traducción de un artículo de opinión publicado en Aljazeera el 17/09/2010
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